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Autor: Mitos-Mexicanos.com
El tigre de Santa Julia
Esta es la verdadera leyenda de un gran asalta caminos haya por la epóca de la revolucion en el norte poniente de la ciudad de Mexico….
La verdadera historia de Quetzalcoatl
Bueno esta va a ser la verdadera historia de el famosisimo y polemico quetzalcoatl ….bueno hay muchas historias yo les traigo una de ellas espero que les guste a todos los fanaticos del gran "barbado y blanco hombre que enseño a hacer diferentes cosas a los pobladores de nuestro pais"
Manifestación diabolica y contacto con la llorona
Historia real, que no le sucedio al primo del amigo…me sucedio a mi the POCHYS, en un lugar muy bonito casi apartado de la civilizacion , en Navojoa , Sonora, en EL BARRIO CANTUA, donde se han encontrado actualmente lugares sagrados,con una antiguedad de mas de 3000 anos, que deben de cuidarse y conservarse, para rescatar y que prevalezca nuestras formas de vivir de nuestros antepasados, y por ende conservar la cultura, historia, creencias y los valores, de los que ya se nos adelantaron a la otra vida…esta HISTORIA veridica, que la dedico a la memoria de mi amigo ROSALINO CANTUA ARAIZA, ,que en paz descance,quien era originario de este barrio; hace 30 años, en 1978, fuimos a vacacionar a este lugar , totalmente desconocido para mi en aquel tiempo, muy bello en verdad, mucha vegetacion, rios, animales y sobre todo la gente que te recibe con los brazos abiertos…esta historia la mande a la secretaria de turismo de Sonora, para que tuvieran conocimiento de lo que me sucedio en el Barrio Cantua, y proteja estas historias, como tambien de la novia virgen y varias historias reales, la mujer que traspasa una pared de una cabana y entra al mar y avistamientos de osnis, objetos submarinos no identificados, y de ovnis tambien ,…. visten estos lugares y no se arrepentiran
El hombre del saco
El espectro de la puerta de Tierra
-Déme otro atolito, mamá Rita, pero bien caliente; ¿usted quiere otro compa?.-Si compadre; y póngale bastante canelita, mamita, que así me gusta más.
Este diálogo tenía lugar frente a la Puerta de Tierra, bajo el portal que existe en esa barriada. Mamá Rita era una viejecirta que, durante años, había vendido atole, tamales y demás antojitos a los parroquianos que frecuentaban el sitio, centro del movimiento comercial de la ciudad, que constituía una de las entradas y salidas hacia el interior. El portal estaba acondicionado como mesón rústico, y sus mesas casi siempre las ocupaban viajeros, negociantes y personas que disfrutaban contemplando la actividad que allí se desplegaba.
A la hora en que conversaban los actores de esta historia, alrededor de la media noche, escasos clientes había en el mesón y ya no se veían transeúntes en la calle. El vigilante cabeceaba sentado sobre un madero adosado al portalón, y a la luz vacilante de los mecheros se adivinaba el perfil de la muralla. Los trasnochadores de marras, estimulados con el calor del atole e incitados por la soledad reinante, derivaron en su plática al las consejas de ultratumba
¿Ya estará por llegar el volán de Hampolol?
-¿Por qué pregunta, compadre?
-Le diré compa. Es que me acuerdo de que, cuando yo hacía viajes por esos pueblos, una vez me pasó algo que, nada más de pensarlo, me pone la carne de gallina
-A ver, a ver, compadre, cuénteme, cuénteme.
-Pues si, compa, de esto ya hace algunos años. Más o menos como ahora, venía yo de Bolonchenticul por el camino que usted seguramente conoce, con más piedras que el pellejo de un atacado de viruelas. Por suerte no era época de lluvias, porque de haber sido así no estaría yo contándoselo.
–¡Siga, siga, compadre, que se pone interesante!
-Pues, como le decía, venía por el bendito camino, cuando de repente veo adelante, como a unas cincuenta varas, una lucecita. Aunque yo no soy miedoso, como usted sabe, compa, me preparé por si se trataba de un salteador. Pero, mientras me acercaba, empecé a sentir que me temblaban las piernas. Yo no soy supersticioso, compa; pero como uno oye tantas cosas, pues pensé, a lo mejor es un espanto; porque dicen que así se tiembla cuando se aparece un alma. De todas maneras armándome de valor seguí por el mismo camino, pues no había otro, hasta que llegué a la lucecita. Y no lo va usted a creer, compa; había un hombre todo vestido de negro, acurrucado junto a la lucecita, al que yo no podía distinguir desde lejos; y, al querer bajarme para ver en que podía ayudarlo, él alzó la vista y………
-¿Qué pasa, compadre? ¿Se te olvidó el cuento?
Antes de contestar, el compadre se tomó el resto de su atole ya frío, y dijo:
-¡Otro atolito, mamá Rita, para que yo me calme!
Pero la vendedora ya se había retirado a descansar de modo que el compadre tuvo que prescindir del paliativo del atole, y prosiguió:
-¡Qué va compadre! ¡Si eso no se puede olvidar! ¡Y aquí viene lo mejor! Alzó la cabeza para mirarme, y haga usted de cuenta, compa, las brasas de un fogón, así eran sus ojos, que echaban chispas. Enseguida comprendí; ¡Era el demonio, compa! Los caballos se pusieron a relinchar y yo, muerto de susto, no me podía mover! Solamente pude decir: ¡Jesucristo! ¡Y vi cómo el Malo retrocedió tapándose la cara, como si alguien lo estuviese golpeando! Entonces, reaccionando, azucé a las bestias, que emprendieron una loca carrera. Pero felizmente, llegamos al próximo poblado sin novedad. Y ése es el cuento, compa; por eso preguntaba yo si habrá entrado el volán de Uayamón, no sea que al carretero le paso lo que a mí en Bolonchenticul.
-Pues, mire, compadre, ahora yo le voy a contar lo que mi me sucedió. Y conste que es la primera vez que lo voy a decir.
Entretanto, los conversadores se habían quedado solos en el mesón del portal, y en la calle desierta únicamente se veían las sombras de la muralla alargándose sobre el suelo al resplandor de los hachones colgados de la Puerta de Tierra.
-Ahí le va el cuento, compadre. Como usted sabe, mi mamacita, que en paz repose, murió hace ya varios años. Y usted sabe también que Dios no nos mandó hijos; así que en la casa de usted no vivimos más que mi mujer y un servidor. Una noche, faltando poco para el cabo de año de la difunta, fui despertado por alguien que me llamaba. Sacudí a Eduviges, que estaba profundamente dormida, para preguntarle si ella me llamó; pero su respuesta, con perdón de la palabra, fue un insulto, que no quiero repetir, y siguió durmiendo. Cuando ya volvía yo a mi sueño, oí de nuevo que me llamaban. Me senté en la hamaca sorprendido, y miré hacia el rincón de donde salía la voz. ¡Y le juro por Dios, compadre, que allí estaba mi madre! Ya se imaginará usted que me quedé más mudo que una pared titiritando como un perro empapado. Se dirigió el fantasma a donde yo me encontraba, y me dijo: Hijo, siento asustarte, pero no te voy a causar daño, únicamente deseo que no olvides ofrecerme tres misas por mi cabo de año, aunque a tu mujer no le agrade. Y te prometo que ya no me volverás a ver. Y se esfumó. Al día siguiente puse a Eduviges al corriente de lo ocurrido, pero se rió y me dijo cuatro frescas. Y no se celebraron las misas que pidió mi mamacita.
-¿Y que pasó después, compa?
El compadre hablaba tenuemente, y de reojo observaba la calle quieta y obscura.
-Pues esto fue lo que pasó. Que una noche Eduviges me despertó con gritos y, señalando al rincón, tartamudeaba: ¡Allí, allí! Y, efectivamente, era otra vez la difunta.
Dominándome, le pregunté qué quería y ella me recordó que no me había ocupado de sus misas. Y regresó al otro mundo. Como pude, tranquilicé a Eduviges, que cayó presa de un acceso nervioso, y, luego de una semana de fiebre y convalecencia, fue ella quien me rogó que la llevara a la iglesia para solicitar las misas en sufragio del alma de mi mamacita. Y nunca más he vuelto a verla en el rincón de la casa.Por un instante los dos compadres callaron, pensativos. Y no era que temiesen a lo desconocido; pero no intentaban levantarse de sus sillas. Con aprensión atisbaban hacia la calle que conducía a la Puerta de Mar, oscura como una boca de lobo. De pronto, los alertó un ruido que provenía del lado oriental de la calle de la muralla.
-¡Vámonos, compadre, antes de que regrese!
Pero el compadre yacía en el suelo casi desmayado. El compa sacó arrastrado a su amigo de debajo de la mesa y, venciendo su terror, corrieron como venados perseguidos por un cazador.
Una media hora más tarde volvió a pasar por la Puerta de Tierra, ahora de occidente a oriente, el cadáver con su féretro a cuestas. Pero no era ningún fantasma. Simplemente se trataba de Chang, un chino carpintero que había llevado un ataúd de regalo a un compatriota suyo –porque, como sin duda estará informado el lector, los chinos tienen en gran estima un regalo de esa naturaleza-; pero, por supuesto, el conterráneo dormía a tales horas a pierna suelta, y por esa razón Chang se vio obligado a retornar a su carpintería con el fúnebre obsequio.
Pero los compadres ya no visitaron más la Puerta de Tierra, porque no deseaban revivir la experiencia de encontrarse con el espectro que, según ellos, rondaba noche a noche por las calles de la muralla.
Fuente: Libro LEYENDAS APOCRIFAS
Folklore Campechano
Autor: Guillermo González Galera
Editado por el Depto. de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma del Sudeste
Septiembre de 1977
La venganza del ahorcado
El tesoro del pirata
Una noche del mes de Abril del año de gracia de 1592, desembarcó en las playas de Campeche un grupo de personajes misteriosos. La maniobra ocurría en la zona de los manglares, que ahora se hallan a un paso de la ciudad, pero que, en aquel entonces, estaban a considerable distancia del pequeño puerto y se perdían en la espesura tropical característica de la región.
La del desembarco era tierra de nadie, y la selva que allí crecía propicia para disimular diligencias de forajidos. De más está anotar que el silencio reinaba en el lugar y que, a excepción de las figuras que se agitaban en la playa, ningún otro ser humano podía localizarse a esas horas en las cercanías, ya que aquellos andurriales permanecían desiertos incluso de día. El grupo llegado del mar en la negrura de la noche lo componían cuatro sujetos; y, quien hubiera sido testigo de lo que acontecía, habría observado que dos de los personajes, por su atuendo y sus gestos, no eran sino filibusteros, y los dos restantes, prisioneros que los bandidos habían adquirido en alguno de sus abordajes oceánicos.
Habiendo amarrado el bote en que desembarcaron, los cautivos, en acatamiento a las órdenes de los piratas que, sable en mano, dictaban peretorias disciplinas, pusiéronse en marcha hacia el interior cargando sobre sus hombros dos enormes cofres que, a juzgar por el lento paso de los porteadores, habían sido llenados a toda su capacidad de peso de varias decenas de kilos. La caravana se internó en la jungla y a poco arribó a las faldas del cerro en donde posteriormente fue construído el castillo de San José el Alto, subió por una vereda y desviándose en la cima se dirigió a un emplazamiento en que, traspuesto en seto de arbustos, apareció la boca de una caverna. Los piratas, que, por la seguridad con que se movían en medio de la obscuridad en esos parajes, indudablemente estaban familiarizados con la geografía del sector, mandaron a los cargadores penetrar en la gruta; y, caminando durante varios minutos por los pasillos de la misma y alcanzando un punto alejado de la entrada, ordenaron detener la marcha y depositar la carga en tierra.
El lector habrá comprendido ya que los cofres contenían oro y joyas en gruesas cantidades, producto de las depredaciones de los asaltantes, y que, siguiendo una tradición practicada en la hermandad, los ladrones del cuento habían llevado al sitio mencionado su botín para enterrarlo allí y agregarlo al caudal que periódicamente habían ido depositando en el refugio. Con los picos y palas que transportaron, los prisioneros, cumpliendo las indicaciones de sus captores, se dedicaron a cavar apresuradamente en el piso; y al cabo de una hora habían abierto ya una oquedad suficientemente amplia para recibir el precioso cargamento.
Mientras los cavadores transpiraban copiosamente después de terminada su ruda tarea, el que se conducía como jefe, examinando la hondonada abierta, exclamó satisfecho: -Habéis hecho un buen trabajo por lo cual os felicito. Estoy contento de vosotros y, para demostraros mi reconocimiento, os permitiré que descanséis para ahuyentar todas las fatigas que os hemos obligado a pasar.
Y, esto diciendo, lanzó una sonora carcajada que retumbó diabólicamente en la cueva. Los desgraciados presos se dieron cuenta de la sorna con que hablaba el desalmado solamente cuando vieron que se apoderaba de las pistolas que llevaba en bandolera sobre el pecho, y un rayo de luz iluminó sus embotadas conciencias: ¡estaban condenados a muerte!
Luego de asesinar a sangre fría a sus víctimas, los truhanes arrojaron los cadáveres al foso preparado para el tesoro, bajaron los cofres colocándolos sobre los cuerpos sin vida y procedieron a ocultar los vestigios de su fechoría rellenando adecuadamente, con la tierra extraída, el marco de los acontecimientos.
Regularmente, en el transcurso de tres años, se repitieron escenas semejantes a la descrita; de manera que la caverna de la historia se almacenaba ya, en el subsuelo, una fortuna respetable, de cuya existencia únicamente los dos piratas del presente relato poseían el secreto. Y en el año de 1595, hacía el mes de Diciembre, encontramos nuevamente a los dos pillos, en el camarote del jefe, poco después de haber obtenido un cuantioso botín arrebatado a una nao mercante que, pertrechaba con una fuerte dotación de oro en barras, se dirigía de Veracruz a España y ahora yacía en el fondo del Golfo.
Decía el cabecilla: -óye bien, dinamarqués: Como tú me has sido fiel en las buenas y en las malas, aunque sea yo un villano tengo también corazón, y quiero confiarte que éste será nuestro último viaje a Campeche. Has de saber que mañana, después de desembarcar y ejecutar lo acostumbrado, no volveremos a la nave. Proyecto establecerme en ese puerto como un honrado burgués, por lo cual tengo con qué. Y, por supuesto, tu, que has sido mi compañero leal, compartirás mi hacienda, pues no soy ingrato, para que te instales donde te plazca.
A lo que el dinamarqués respondió: -De acuerdo, capitán, y no puedo menos que agradeceros vuestra generosidad y alabar vuestra decisión. Estoy presto a obedeceros como siempre. Pero ¿no creéis que la tripulación entrará en sospechas cuando no nos vea regresar?-¡Ca! ¡Descuida! Nuestros amigos tienen cuenta con la justicia, igual que nosotros, aunque hasta hoy no hayamos sido identificados; y si no nos ven volver, pensarán que las autoridades nos descubrieron; y, para evitarse dificultades, zarparán olvidándose de nosotros.
-¡Adelante, pues! –dijo el jefe-. ¡Y no se hable más del asunto.
Al día siguiente, los bandidos desembarcaron en el sitio habitual y ordenaron a sus prisioneros marchar al escondite del tesoro. Ya en la gruta, abierta la cavidad para depositar el botín, el capitán sacó las pistolas para despachar a los infortunados porteadores; pero, al pretender disparar, las armas no funcionaron. Reaccionando, los prisioneros, quisieron escapar, pero fueron bloqueados en su intento de fuga por el danés que, de certeros mandobles, envió a los indefensos al otro
mundo.
-¡Bien hecho, dinamarqués! –gritó el capitán-. Y ahora procedamos a sepultar a éstos y repartirnos el tesoro para avecindarnos en Campeche.
-¡Un momento, capitán! ¡Vos no iréis a ninguna parte! –dijo el danés-. ¡Tiempo ha que esperaba una ocasión como ésta, y ahora que se presenta no voy a desperdiciarla!.
-¿Qué quieres decir, insensato?-, rugió el jefe.
-Quiere decir, capitán –repuso resueltamente el danés-, que si creéis en Dios o en el diablo rezad vuestras oraciones a cualquiera que os convenga, pues ya sois hombre muerto.
Y vació sus pistolas sobre el sorprendido filibustero, que rodó exánime a los pies del facineroso.
Varios años después, un personaje de rostro curtido por el sol, que había llegado al puerto en calidad de gran señor, contrajo matrimonio con una hermosa y aristocrática dama. Y, aunque por lo bajo se comentaba que el personaje tenía modales de rústico, que salpicaba su conversación con juramentos de mozo de cubierta y que, además de insolente, acusaba feroz aspecto, su riqueza garantizaba su elevada alcurnia. Y los desposados fueron el tronco de una de las más linajudas y renombradas familias que hubo en Campeche durante el período colonial.
Fuente: Libro LEYENDAS APOCRIFAS
Folklore Campechano
Autor: Guillermo González Galera
Editado por el Depto. de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma del Sudeste
Septiembre de 1977
Los gatos de Ulthar
La iglesia de la Ermita
La iglesia de la Ermita, emplazada en el barrio de San Francisco, fue construida bajo la advocación de la virgen María con el nombre de Ermita de Nuestra Señora del Buen Viaje. En la época en que fue edificada, dicha iglesia que entonces era un pequeño adoratorio, se hallaba fuera del perímetro del puerto, a considerable distancia del centro de la población, y al comienzo de la vía de herradura que los lugareños bautizaron con el nombre de Camino Real.Y he aquí la historia de ese templo.
A mediados del siglo XVII residía en la villa campechana un caballero llamado Gaspar González de Ledesma, que se contaba entre los miembros más conspicuos de la elite local. Hombre acaudalado, su personalidad se manifestaba de acuerdo con su favorable condición económica. Sustentaba Don Gaspar un criterio que hoy se calificaría de pragmático, pues entre diversas concepciones, fruto de su manera de apreciar las cosas, sostenía la opinión de que la vida pertenece a los audaces. Típico de aquel rico hombre era el punto de vista de que la modestia sólo conduce a frustaciones y lágrimas; y decía que los pobres lo son por sus titubeos y miedos, que les impiden aprovechar las oportunidades que se les ofrecen. Como se comprende, Don Gastar únicamente respetaba a sus iguales; y a los humildes y desposeídos los ignoraba, si no es que sentía hacía ellos un profundo desprecio.
En materia de religión, Don Gaspar no era precisamente un ateo, pero tampoco se distinguía por su piedad; y aunque por precaución no externaba sus convicciones en este terreno, dadas las costumbres imperantes, a su juicio la oración y las prácticas del culto representaban fruslerías y, según él, constituían el refugio de los pusilánimes y fracasados.
Cierta vez, el caballero de nuestro relato, después de una jornada de lucrativos negocios que realizó en varias ciudades de España, se embarco en Cádiz para retornar a Campeche. En la nao viajaban, como compañeros de travesía de González, individuos de distintas nacionalidades y oficios que se dirigían a América ya sea para ocupar una vacante disponible en la administración colonial; ya para emprender una industria que sirviera para aumentar, mediante la explotación de las fabulosas riquezas americanas, los dividendos del comercio proteccionista de la Metrópoli; ya en plan de simples aventureros. Entre aquellos pasajeros figuraba un fraile que marchaba al Nuevo Continente en misión evangelizadora. Era el tal un ser menudo, apergaminado y enjunto, que en la nave se mantenía apartado de los demás. Este hombre de Dios, a pesar de su sencillez, atrajo la atención de Don Gaspar, quien le buscó conversación. El hermano, a quien nombraremos Fray Rodrigo, no era lo que parecía, pues causó en el de Ledesma la mejor de las impresiones tanto por su sabiduría como por su conocimiento del mundo y, especialmente, por su filosofía inspirada en la fe y las Sagradas Escrituras. No dejó Fray Rodrigo de percibir que se las había con un descreído, y se las ingenió para iniciar su labor catequizadora atacando la muralla de soberbia encarnada por Don Gaspar.
Durante el trayecto, el burgués observó que el clérigo casi no tomaba alimentos, que sistemáticamente rechazaba los que consumían la tripulación y los otros viajantes, y que, para subsistir, usaba exclusivamente agua, miel y frutas secas que guardaba en su zurrón. Además, el ricachón vio que Fray Rodrigo era un devoto de la Santísima Virgen María, cuya imagen llevaba en el relicario. Y como se estableció alguna camadería entre los dos personajes, en una ocasión dijo Don Gaspar al fraile: -Hermano, vuestro estilo de vivir es una prueba de que yo tengo razón y que vos estáis totalmente equivocado.
¿Por qué habláis así?-, preguntó Fray Rodrigo.
-Porque es evidente que no coméis porque estáis enfermo o porque sois pobre. En cualquier caso, vuestra situación procede del oficio a que os dedicáis, pues no hay otro más triste y contrario a la naturaleza que el de fraile. ¿Quién puede estar a gusto con nada si constantemente sufre privaciones y el escarnio de la gente, además de estar incapacitado para luchar por los bienes que hacen agradable la vida?
-No os expreséis así, hermano –repuso el misionero-, pues blasfemáis. Considerad que yo escogí la carrera de sacerdote por mi voluntad; y, por otra parte, habéis de saber que la Madre de Dios ha sido siempre mi bienehechora, como lo es de todos los hombres, y esto se refiere también a vos.
-¡Pamplinas! –respondió Don Gaspar-. Hasta ahora me he bastado sin nadie; y yo os garantizo que jamás necesitaré ayuda de ningún santo, que por lo demás no entiendo cómo pueda prestarme auxilio alguno. Entre los humanos, padre, únicamente cuentan la iniciativa y la astucia, aunque vos pretendáis que recibimos asistencia de arriba. Yo os aseguro que sólo el poder de un hombre es superior al de otro hombre.
Y en pláticas de este cariz iba transcurriendo el largo recorrido.
Pero una mañana el capitán de la embarcación advirtió a los pasajeros que se aprestaran a resguardarse porque en el horizonte se avizoraban señales de tormenta. Efectivamente, al atardecer los signos del temporal se afirmaron, y al entrar la noche se desató una furiosa tempestad. La marejada sacudía la base zarandeándola como un juguete, y altas olas barrían la cubierta y los compartimentos del bajel. Y, en vista de que a medida que las horas pasaban la tormenta arreciaba, el capitán dispuso evacuar el barco que, por los embates del huracán, estaba a punto de zozobrar. Mas no fue posible cumplir la orden transmitida, Una sucesión de olas gigantescas se abatió sobre el navío que, al quedar sin equilibrio, naufragó y fue despedazado por la potencia del terrible maremoto.
Mientras la tempestad continuaba azotando los restos del buque, los desdichados ocupantes del mismo, incapaces de ponerse a salvo, desaparecían tragados por el mar. Solamente el solitario fraile superó el desastre, pues, con ímprobos esfuerzos, había logrado abordar unos maderos que, a modo de improvisada balsa, le sirvieron para no se arrastrado por la vorágine al fondo del océano. Fray Rodrigo, recobradas sus energías, oteaba alrededor suyo para ver de descubrir a algún sobreviviente y tratar de ayudarlo. Pero todo era en vano. El mar había absorbido a los navegantes. Sin embargo, un golpe de las olas estrelló contra las tablas un cuerpo, y el misionero, con peligro de perecer en el maremágnum, lo aprisionó por un brazo. Y depositándolo sobre la balsa, que a cada minuto amenazaba irse a pique, reconoció, al destello de los relámpagos, al rescatado: ¡Era Don Gaspar González, aquel que pensaba que el mundo pertenece a los poderosos!.
La tempestad amainó; y mientras el sacerdote, rezaba sus oraciones fúnebres por el alma del comerciante, éste exhaló un gemido. ¡Aún vivía! Inmediatamente Fray Rodrigo extrajo de su zurrón pócima que dio a beber al semiahogado, y segundos más tarde Don Gaspar vomitó una tremenda cantidad de agua salada. Ya algo reanimado, el fraile administró unas gotas de vino gracias a las cuales recobró la lucidez. ¡Y su sorpresa no tuvo límites al saberse ileso en el centro del Atlántico y al lado del franciscano!
En los días que siguieron de náufragos, sometidos a la acción del inclemente sol y moviéndose lentamente a la deriva, se mantuvieron con la parca ración que el padre Rodrigo transportaba en su bolsa de peregrino. Hasta que las provisiones se agotaron. Y entonces el hombre fuerte, el que siempre se había burlado de los débiles y los pusilánimes, se entregó a la desesperación. -¿Qué vamos a hacer, hermano Rodrigo? ¡Moriremos de hambre y de sed! ¡Yo no quiero morir!- gritaba. A lo que el religioso contestaba: -¡Tened fe en Dios y la Virgen, señor de Ledesma! No ganáis nado con quejaros. Si creéis en la potestad divina, rogad de todo corazón por vuestra salvación, y yo os juro que aun acariciaréis a vuestro nietos.
No supo González cuánto tiempo estuvo inconsciente; pero, al despertar, se encontró en tierra, en una playa desierta a ala que había sido arrojado por la resaca. Quiso incorporarse, pero a extenuación se lo impidió. Y, al repetir su intento, de su diestra resbaló un relicario en el que reconoció el que llevaba al cuello Fray Rodrigo. Una especie de luz cegadora iluminó el descernimiento del infortunado, y a su mente acudieron en tropel las escenas ocurridas en el viaje y los dantescos acontecimientos de la tormenta. Aquilató hasta la última raíz de su espíritu el desprendimiento del franciscano, que se sacrificó para que él el altivo González de Ledesma, se librara de los horrores de la muerte. Y cayó desmayado.
Personas bondadosas que hallaron exánime náufrago se encargaron de proporcionarle los cuidados necesarios para su restablecimiento. Y, ya suficientemente fortalecido, le suministraron los medios para trasladarse de Cuba, la tierra a donde providencialmente había sido lanzado por la borrasca, a Campeche.
De más esta decir que Don Gaspar llegó al puerto transformado, y fue su cambio tan completo que sus amigos apenas le identificaron: la soberbia se había trocado en mansedumbre, y la ostentación de antaño se mudó en humildad. Obedeciendo a un impulso sobrenatural, vendió su patrimonio y el producto lo distribuyó entre los pobres.
Y con una parte de lo obtenido mandó construir la capilla que, a ruego suyo, fue puesta bajo la advocación de Nuestra Señora, consagrándose en el altar la imagen del relicario de Fray Rodrigo.
Finalmente, Don Gaspar solicitó ser designado guardián del templo; y, satisfecha su petición, visitó el burdo hábito del ermitaño que, socorrido por la caridad pública, terminó sus días en olor de santidad en calidad de siervo de Nuestra Señora del Buen Viaje.
Fuente: Libro LEYENDAS APOCRIFAS
Folklore Campechano
Autor: Guillermo González Galera
Editado por el Depto. de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma del Sudeste
Septiembre de 1977
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